Pues no sé muy bien para qué me vine a Zaragoza si al final vivo tan lejos que casi veo desde la ventana de mi casa a mi marido leyendo el periódico. Vale, exagero un poco, pero es que vivo muy lejos. Primero, no pude quedarme en casa de mi hijo Fluvi porque él vive en un cuchitril horrendo en La Almozara por el que paga una barbaridad. "Es caro, pero estoy cerca de Ranillas". Yo ni siquiera me senté en el sofá porque tenía manchas pegajosas y daba un poco de asco. Pero lo importante es que Fluvi parecía muy contento, aunque tenía ojeras y parecía cansado. "Te he encontrado una habitación más cómoda que esta, mami, un poco lejos, pero muy luminosa". Y me llevó a Huesca.
No está mal el piso, lo comparto con una chica rumana llamada Anjelia y un hombre un poco raro que no tiene cabeza, pero que parece de lo más educado y tampoco vamos a mirarle mal por ello, ¿no creen? Si no tiene cabeza, no tiene por qué ser peor que nosotros. La que me dio mala espina fue Anjelia, porque nada más ver mi maleta dijo que le prestara algo y cogió una falda y dijo que era muy hortera, pero aún así se la puso y se fue luego con unos tacones altísimos y los labios todos rojos. El hombre sin cabeza, que se llama Fredo, dijo que Anjelia es "pilingui", pero yo ya estaba muy cansada y quería irme a la cama y no tuve tiempo de buscar "pilingui" en el diccionario. Mañana será otro día.
1 Comment:
vaya con Fluvi, no busca sitios muy adecuados para su madre... ¿Seguro que no la quiere matar de un infarto? Por cierto, ¿dónde se ha metido Fluvi estos días?
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