domingo, 6 de julio de 2008

El mundo en un quiosco

Esteee... sigo con la resaca de la celebración futbolera, pero hoy soy una naranja contenta, a pesar de los sustos. No sólo por la sobredosis de pelota, que aún me dura. La Expo me recuerda a mi tierra, y no precisamente por los tangos ni el dulce de leche. Como contó alguna vez mi compatriota Hernán Casciari, en la Argentina tenemos un quiosco cada veintisiete metros, más o menos como en el meandro de Ranillas. No hay cosa que a uno le ponga más contento que sentirse como en casa.


En cuanto se me seca un poco la hoja de la cabeza, se me amarga el zumo o me sube la acidez, hago fila pacientemente y me tomo una cervecita en el quiosco. Eso, si consigo llegar a la barra, porque a veces hay unas señoras con unos gorros de papel en la cabeza -yo creo que necesitan ver a mi psicoanalista- que se quejan mucho y se cuelan al mismo tiempo, aprovechando que cada día soy más retaco (cosas de la edad y los vicios).

Para más señas, me he fijado en que, cuando reprendo a estas visitantes (nunca van solas; son animales gregarios), siempre me contestan empezando por la palabra "jomío": "Jomío, que estamos achicharradas", o "jomío, que nos ha entrau la sed". No sé qué quieren decir, pero me suena mal. ¡Serán ellas las "jomías"! ¡A Maranjito no le falta nadie al respeto! Pero bueno, cuando me tomo mi cervecita se me olvida, y eso que la etiqueta no empieza por "Quil" ni acaba por "mes". En vez de un melocotón con vino, soy una naranja a la cerveza.

Lo que ocurre es que sus quioscos no son como los nuestros, así que la sobredosis no se disipa del todo. En los quioscos de la Argentina uno encuentra cualquier cosa. Son como lo que aquí llaman "los chinos", que me parece mucho más confuso. Como dicen ustedes, los de la Expo "me alivian el reseco" y también el hambre, pero no solucionan todas las necesidades que le surgen a uno en semejante jungla. Les termino de contar.

Como el mercado futbolero de verano está de lo más aburrido y ya no puedo ir a visitar a las frutas del pabellón de Aragón, que duermen la mona durante el día y sólo salen a regarse un cuando cae el sol, no me queda otra que pasearme todo el día por el recinto, que es enooorme, como la Argentina. El otro día me atreví a subirme a las escaleras mecánicas, que son un gran invento para los cítricos con sobrepeso. Pero tuve tan mala suerte que sufrí un arañazo en la tripa. De no ser por mis reflejos, me habría quedado en ralladura de naranja. Si sus quioscos fueran de verdad, habría comprado allí las tiritas.

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