miércoles, 23 de julio de 2008

Verde, que te quiero verde

Hoy he vuelto a mi juventud. Hace tiempo que no charraba con un moñaco verde. Morizo es un japonés muy majo, que ha venido a actuar tres días a la Expo con un amiguico suyo y con mi Fluvi, que está hecho un artista. Como su propio nombre no indica, Morizo es de color verde y se le conoce como el abuelo del bosque (aunque no está tan mayor). Como trabajó de mascota en la Expo de Aichi, mi hijo se empeñó en presentármelo, y con el panorama que tengo yo aquí, después de que actuara ante Naruhito y los niños aragoneses nos fuimos a comer al 'asadero' de Uruguay.



Pasamos un buen ratico al principio y estuve muy a gusto, porque mi marido Fluvo me ha hecho olvidar con los años lo que es la caballerosidad y la atención a una señora. Me dejó pasar en la puerta, me ayudó a sentarme y me sirvió el vino, pero luego empezó a hablarme del bosque y de la madre naturaleza, y se puso tan zen que, entre el chuletón y el vino, me entró el sopor y tuve que arrimar la cabeza a la fachada-cascada del pabellón del Caribe para volver en mí.
Fluvo no ha sido el único hombre en mi vida. De hecho, no es la primera vez que tonteo con un bicho verde y peludo. Antes de conocer a este muermo de marido que tengo, me fui a Londres a fregar platos en un restaurante cerca de los estudios de la BBC y conocí a Muzzy (ya saben: "I'm Muzzy, biiig Muzzy..."). Era un hombretón y todo lo que quieran, pero se empeñaba en hablarme en ese inglés primario y lento que utiliza en la tele. Encima, tenía los ojos rojos de darle al vicio y no era, que digamos, muy aseado. Mal arreglo.

Pero bueno, que una es una señora casada y bien casada con Fluvo (tenemos nuestras cosas, pero quién no), y para casquivana, ahora que no me lee, ya está Anjelica, mi compañera de piso.

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